Con la visión de los niños cargados con sus carteras yendo cual zombies al colegio, mi sensación de que el final del verano llegó, como cantaba el dúo dinámico, es irremediable.
Mal que me pese, la vuelta al trabajo y que a las nueve se haga de noche comienza a causar mella y supone que mi vitalidad descienda, y como si volviera a tener 9 años, añore esos largos días en los que estaba todo el tiempo en la calle enseñando las rodillas todo magulladas por la bicicleta.
Los expertos, que nadie sabe nunca quienes son pero se supone que llevan bata blanca, lo denominan en estos últimos tiempos síndrome postvacacional, eufemismo sin duda de un: no quiero volver a trabajar, ver la cara de mi jefe todos los días y aguantar 8 horas a mis compañeros de trabajo. Porque en verano te puedes llegar a creer la frase de: el trabajo dignifica, pero en septiembre... ya sólo piensas que la maldita cita se la inventó un empresario y que tu curro y tu sueldo no dignifican demasiado.
Este año en el que la crisis hace más mella incluso que la vuelta al cole del corte inglés, parece que nos han dado un respiro y, si ya estamos jodidos con la situación económica, al menos aún aguantan los rayos del sol, puedo seguir enseñando rodillas, e incluso algunos afortunados subirse cual domingueros al Sardinero.
Al final, septiembre, aún puede ser verano... en nuestros corazones, como la Navidad.
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